martes, 15 de mayo de 2012

Nuevas Tendencias: Geobiología y arquitectura


En el artículo de este trimestre me gustaría compartir la buena experiencia de hace unos días cuando tuve la suerte de asistir a la conferencia de Juan Sáez, especialista geobiólogo, que se realizó en la Facultad de Arquitectura y fue promovida por Sandra Bestraten, arquitecta y co-directora de Els Tallers anuals Experimentals d’arquitectura sostenible a l’ETSAB – UPC. En la conferencia se explicó como se estructura una ciudad en base a la geobiología, cómo nos relacionamos energéticamente y de qué manera podemos mantener nuestra integridad, aún en circunstancias desfavorables. Fue interesante constatar cómo la ciencia y la conciencia son compatibles.

Los pueblos nómadas observaron que sus animales yacían en lugares que permitían un buen descanso, podemos tomar esto como un primer estadio de la geomancia.
Los primeros textos que se conservan son de la antigua China, 2700 A.C. En esa época el emperador Amarillo prohibió mediante edictos las construcciones residenciales en zonas afectadas por las “venas del dragón”, esto es corrientes subterráneas de aguas o fallas de gran intensidad, y eran los geomantes, los responsables de examinar el terreno e inspeccionar la zona para que se construyeran las viviendas y estancias  para los animales en zonas telúricas adecuadas, lo que hoy conocemos como red magnética terrestre o corrientes telúricas.

En Occidente los maestros de obra erigieron catedrales, monasterios y otros templos  procurando situarlos generalmente sobre las “wouivres” (serpiente en céltico), que serían la trascripción occidental de las “venas del dragón” de los geomantes chinos o maestros de Feng shui, ya que eran zonas de gran poder energético que nutria a sus templos.

Estas líneas, de gran intensidad telúrica, se han utilizado desde el principio de los tiempos para situar templos, en la antigüedad Dólmenes y Menhires y otros megalitos.
Su misión era mejorar la energía del lugar, expandiéndola por el entorno como grandes antenas o resonadores.
Las zonas energéticas siempre han sido las mismas por lo que a medida que el tiempo ha pasado los templos han ido modificándose en función de las credos que los usaban o de los nuevos requerimientos de la sociedad, por ejemplo en Barcelona existió probablemente un templo Layetano, sustituido por uno Romano, luego una basílica paleocristiana, más tarde una iglesia visigoda reemplazada por la catedral románica y luego la actual catedral gótica.

Juan Sáez explico también la importancia vital de ser conscientes de donde y como ubicamos nuestras residencias, ya que pasaremos la mayor parte del tiempo. Es muy importante poner la suficiente distancia entre el lugar elegido y la presencia de líneas de alta tensión o estaciones transformadoras, antenas de telefonía móvil y otras fuentes de contaminación electromagnética.

La razón es que nuestras neuronas se comunican mediante reacciones electro-químicas extremadamente sensibles.
Al estar afectados por un campo electromagnético,  la carga que genera la reacción electro-química que comunica las neuronas fluctúa, dando una información errónea a la neurona receptora, y por tanto, desequilibrando el metabolismo; el organismo intenta corregir un desequilibrio que nunca existió mermando sus recursos. Sin posibilidad de salir de este patrón hasta que no se libere del influjo del campo electromagnético.
En electrónica diríamos que hay un cambio de impedancia (resistencia) y por tanto los transistores no cumplirían su función correctamente.
Las corrientes de aguas subterráneas y fallas geológicas pueden provocar alteraciones de esta índole, aunque no tan severas como cuando se ven combinadas con electricidad.
Si cuando dormimos nos vemos afectados por este tipo de estímulos, dedicamos la energía a corregir un desequilibrio que no existe, en lugar de regenerarnos o descansar realmente, con lo que la vitalidad queda mermada.
Lo ideal sería hacer caso de las sensaciones que tiene el cuerpo y simplemente cambiar de lugar o escoger uno acorde con la actividad que queramos realizar.

Investigaciones de médicos, físicos y radiestesistas han demostrado que la longitud de las ondas electromagnéticas presentes en el entorno, afectan a nuestro metabolismo, especialmente al sistema endocrino:

  • Longitudes de onda inferior a 6500 Armstrong (un Armstrong equivale a 10 elevado a la -9 metros), generan una sensación desagradable, de pesadez o dispersión, favorecen funcionamiento deficitario del metabolismo, y por tanto la aparición de enfermedades.
  • De 6500 a 9000 Armstrong se considera que son longitudes de onda adecuadas para la vida cotidiana, en las que nuestro metabolismo puede desempeñar sus funciones correctamente.
  • De 9000 a 12000 Armstrong es espectro que favorece el trabajo mental, así podremos desarrollar ideas, plasmar proyectos, etc.
  • A partir de 12000 Armstrong es el espectro que encontramos en los templos y espacios sagrados, se relaciona con el crecimiento espiritual, el aumento de  sensibilidad, la inspiración, intuición entre otras facultades. 


En la antigüedad las ciudades se solían desarrollar a partir de un punto sagrado de alta longitud de onda y baja frecuencia 12000 Armstrong, lo que daba al lugar una referencia para evolucionar y desarrollar su conciencia. Al alejarnos de este núcleo la longitud de onda disminuía, hasta llegar fuera de la ciudad, extramuros, donde la “buena vibración” ya no estaba asegurada.
En ciudades como Venecia, edificada sobre en una zona pantanosa y donde la sensación en principio habría de ser desagradable o nociva, se ha corregido construyendo una iglesia cada 50 o 100 metros creando así un espacio sumamente agradable.
  
Según la experiencia de Juan, es importante utilizar materiales biológicos en la construcción de viviendas, pero también es de vital importancia la distribución de los espacios en consonancia con la variedad de sensaciones que genera cada lugar, y tener en cuenta las actividades que en ellos se realicen. Esta apreciación de las calidades de los espacios, las podemos hacer en primera instancia, mediante las varillas de zahorí y el péndulo, aunque lo ideal sería utilizar directamente la sensibilidad corporal.

En nuestro cuerpo tenemos depósitos de sales minerales, principalmente en las articulaciones, si hay un exceso de sales se producen patologías como “la gota”.
Estos depósitos constituidos por microcristales son sensibles a los campos electromagnéticos de baja intensidad, reorientándose como pequeñas brújulas y creando pequeños tirones en los tendones que se insertan en las articulaciones. Esta tensión pasa desapercibida si no hay una atención entrenada, por lo que se usa varillas o péndulo que recogen el pequeño temblor o tensión del tendón mostrándolo en un movimiento perceptible. Todo esto nos abre los ojos a lo que hay bajo el suelo, posibilitando una comprensión de los espacios que de otra manera es difícil de alcanzar.
  
Al finalizar la conferencia, Sandra Bestraten invitó a todos sus alumnos a sentir las energías sutiles de la tierra mediante las varillas de zahorí, abriendo una nueva vía para que el saber científico se pueda compaginar con el “saber sensorial”.  Comento que en Cuba para cualquier planteamiento urbano, primero se ha de hacer un estudio geobiológico, que muestre sobre el plano aguas, fallas, redes y otras alteraciones telúricas.

Hay que ser conscientes de la permanencia de los edificios más allá de nuestra vida, incluso de la de nuestros descendientes, lo que implica una gran responsabilidad a la hora de urbanizar de cara a generaciones venideras.

Ahora puede ser un buen momento para desarrollar una arquitectura más integradora, que tenga en cuenta aquellos aspectos que puedan mejorar las construcciones sin incrementar sus costes, reduciendo sus patologías e incrementando el bienestar de sus habitantes, que favorezca el aumento de conciencia y la unión de las gentes y de los habitantes del planeta.

Entre todos podemos desarrollar una arquitectura más integradora, que tenga en cuenta aquellos aspectos sutiles que puedan mejorar las construcciones sin incrementar sus costes, reduciendo sus patologías y aumentando el bienestar de sus habitantes, que favorezca el aumento de conciencia y la unión de las gentes y de los habitantes del planeta.
Un nuevo paradigma que nos ayude o refleje el deseo por una nueva sociedad, en que la escala de valores esté regida por el amor propio y ajeno, el respeto y la integridad y la arquitectura o el urbanismo pueda mostrarlo.

Carles Soro
carlessoro@creartemagazine.com

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